viernes, 22 de junio de 2007

Pricioneros de Papel

he aqui un cuentillo viciado espero que lo disfruten:

Si mal no lo recuerdo todo sucedió el veintiocho de septiembre, solo unos cuantos días después de tu cumpleaños. Fue Sebastián, un viejo amigo mío, quien con lujo de detalles me habría de contar la trágica historia de Patricia y el accidente que acabaría con su vida.
Ni las joyas, ni el abrigo, aquel tan elegante de piel de armiño, le sirvieron a la vieja a la hora de la muerte, pero cuando Dios manda...pensé.
Nunca imaginé que aquel relato, el cual lo tomaría después como la historia principal de mi trabajo de literatura, lo protagonizaría tu prima, la más cercana de tus amigas.
La verdad, como para mi fue solo un rumor, nunca vi el mal que podía hacer a los seres queridos de Patricia. Toda la culpa... toda la culpa la tiene aquel profesor, día tras día, a cada hora, insistiéndome sobre el cuento y exagerando sobre “mis grandes habilidades de escritor”, me sentí tensionado, ¡ya no sabia que escribir!
Bueno, ahora, ¿ahora qué?, Patricia, tu prima, no descansa, no encuentra paz. Se siente encerrada en la hoja de papel que yo decidí sería su eterna prisión, y lo peor es que su alma me busca y sé que hasta encontrarme seguirá haciendo daño a gente inocente.
El primero fue aquel chico, Gustavo, nunca nos simpatizamos, la verdad no era tan malo podíamos ser hasta unos buenos amigos, ¡pobre, no era su destino, era el mío! No quiero saber cuántos más han vivido lo que él padeció, fue horrible, hasta quién hizo el informe policial se asombró: “a plena luz del día, en una de las avenidas más seguras de la capital, la Avenida de los Shiris, y a la altura del Parque la Carolina, la sorpresiva avería de un automóvil- sin razón alguna explotaron las llantas delanteras- le causó la muerte a un ciudadano de diez y nueve años...”
Murió de la mismo manera que Patricia, ya nada es seguro incluso me arrepiento de exagerar el final, el de Patricia, el de Gustavo y pronto el mío:
“el auto se deslizaba a gran velocidad, las sombras de las personas se distorsionaba como hondas en el agua, aquella obsesión por huir de su destino hizo que en aquel momento Patty, como la conocían sus amigos, enloqueciera y perdiera el control del auto. Nadie sabe en verdad lo que pasó, el auto contra el poste que caía sobre la tribuna, desde donde todos los años observaba los desfiles patrióticos, la sangre, el vidrio del costado empañado, su rostro y el volante, las sirenas de la cruz roja y adelante del auto una fría sombra que observaba los vestigios de las llantas destrozadas por aquella misteriosa explosión.”

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