viernes, 22 de junio de 2007

Las Milecias???? Marcel Schowob

Bueno... leí un cuento de Marcel Schowob, las milecias, lo recomiendo, y ademas me he atrevido a subir un final alternativo espero les guste aunque el final de Schowob es único.

…Las siguió presuroso por aquel callejón, casi siempre oscuro, que desbordaba hacia la habitación prohibida por los dioses. Ningún ser, a excepción del sacerdote de Erebos, había caminado antes por ese lugar. El joven sabía que el suelo que pisaba era sagrado, y que invadir el territorio del dios de la oscuridad era una insensatez que debería pagarla, incluso con la muerte.

Selene alumbraba la habitación, o por lo menos intentaba despojar de la segadora garra de Erebos aquel espacio desconocido para todos, con un fino rayo, un penetrante hilo de plata que hábilmente se filtraba entre dos bloques mediocremente ubicados en la pared lateral, por donde, al descansar la luna, era Helios quien tomaba aquella labor. La luz, sin embargo, era suficiente para que el curioso joven pudiera discernir las figuras sombrías de las vírgenes sentadas alrededor de un altar, que por la oscuridad no se podía distinguir con plenitud. Atrás como vigías de la noche, pendientes de cualquier movimiento, y como celando la pasividad de las vírgenes, su quietud, su serenidad, un grupo de aves negras enviadas por Onira, a petición de su tío Erebos.

El rayo de luna, casi insignificante, descubrió finalmente otro ser en la habitación, esta vez un invitado –o debería decir un anfitrión- inesperado. Su larga túnica se arrastraba alrededor de las castas doncellas mientras él con sus manos esqueléticas soltaba el cabello de cada una de ellas; con la otra sostenía un báculo, o más bien parecía que el báculo lo sostenía a el, ordenó que todas las vírgenes se parasen y con un movimiento de su báculo las fue desnudando una por una. Pocas horas faltaban para la salida de Helios, él sacerdote, el único permitid a entrar en la habitación de Erebos, sabía que tenía que ser rápido.

El joven cargador de cestas ingresó a la habitación en el momento justo en el que la larga vestimenta del sacerdote se desprendía completamente de él y que con la posición con la que los felinos acechan a su presa se disponía a sacrificar a la última doncella mientras el suelo se teñía de rojo por la impura esencia de las mujeres, todavía vivas al pie del altar. Tal vez su reacción no fue lo suficientemente cautelosa. No pudo pasar del gran portón cuando un gorrión se lo acercó emitiendo un espeluznante sonido.

Sentía que la mano de Ponos lo abandonaba poco a poco, el centenar de aves ya no le hacían daño mientras Thánatos lo recogía en su regazo. La vil acción del sacerdote continuaba. Ninguno de los dos sabía que Erebos planeaba desgraciar al pueblo y que el placer del sacerdote era solo un instrumento para lograrlo.

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